Hoy es “Black
Friday” en Estados Unidos. Después de dar gracias alrededor del pavo, el país
festeja este viernes el día del consumismo en su máxima expresión. Antes, en
esa era geológica ya casi olvidada que antecedió a nuestro tiempo online, la
gente se levantaba de madrugada para ir a las grandes superficies a los
amaneceres de cristo (Cristo) y aprovecharse de los descuentazos que abren
oficialmente la campaña navideña del compreo (Shopping). Ahora se puede hacer todo por
Internet sin pasar sueño, frío ni aglomeraciones –algo que por cierto según la
fiel infantería le quita toda la gracia. Pero la idea es la misma: comprar
cosas, dar uso al dinero que se tiene o que se pide, cerrar el ciclo vital que
consiste en trabajar mucho para disponer de dinero y poderlo luego gastar.
Me voy a poner
pedante y voy a citar a un clásico –que se note que yo en el instituto era de
letras. Dicen que Sócrates era fan de ir al mercado, pero que nunca compraba
nada. Le preguntaron sus discípulos la razón de estos viajes infructuosos y
respondió: “es que me encanta ver tantas cosas que no necesito para ser feliz”.
El origen del minimalismo.
Está muy bien la
historia, y creo que puede ser un mantra útil en algunas circunstancias: sacas
cuarto y mitad de superioridad moral y te paseas por el centro comercial
midiendo cómo tu estoicidad y tu suficiencia te separan de la plebe
enceguecida. Pero lo que hay que responder aquí es si realmente comprar cosas
nos hace felices o no.
Los puristas,
Sócrates por ejemplo, dirán que las cosas que compramos no nos llenan; que son
un engañabobos efímero. Que cuando satisfaces una querencia material surge
otra, y luego otra… y nos pasamos la vida trabajando mucho para poder comprar
la próxima cosa de una lista inacabable de cosas. Con la crisis (¡ah, la
crisis!) esta postura está ganando relevancia y puede que en el futuro realmente seamos menos
materialistas, lo cual sería indudablemente bueno. Lo que ya no sé es si
seríamos menos materialistas porque no queremos o porque no podemos gastar –eso
es otra historia y daría para muchos posts.
En cualquier
caso, aunque intelectualmente comulgo con lo anterior, la superioridad moral es
muy cansada mantenerla de continuo. Al menos para mí, que soy un ser pequeño y
lleno de defectos. Lo confieso: a mí me gusta comprarme cosas bonitas. El
subidón al reconocer en el escaparate (o en la pantalla de la tienda online)
ese oscuro objeto del deseo, la dulce anticipación por poseerlo, la ligeramente
obscena sensación de poder al culminar la transacción, y finalmente de vuelta a
casa el ronroneo feliz (sí, ¡feliz!) al pasar tus dedos y tus ojos sobre la
cosa adquirida y valorar cómo combina con el resto de tus cosas y de tu vida.
Al que pueda
estar a la altura de Sócrates, san Pedro se la bendiga. Yo por mi parte acabo
de comprarme unas cosas monísimas online…
1 comentario:
Te has ganado un fan!! a favoritos :-D
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