Hay muchas cosas
de la vida oficinil que tienen su aquél. El “casual friday”, sin ir más lejos,
se las trae. Si alguien es ajeno al término lo explico brevemente: casual
friday o viernes informal es una práctica no-escrita pero respetada con
fidelidad que consiste en venir toda la semana al trabajo vestido de traje y
llegar al viernes con ganas de darlo todo y sacar la ropa de “sport” del
armario. En plan doctor Jekyll y Mr. Hyde, los oficinistas cometemos esta
tímida transgresión al calor de la algarabía y las ínfulas de jovialidad que
nos da oler el fin de semana.
Este curioso
fenómeno es en todo caso más acusado entre ellos. De lunes a jueves los
integrantes masculinos del subgrupo
humano de los oficinistas acuden a su ecosistema natural de cubículos y
reuniones telefónicas inacabables con traje y corbata como uniforme. El
viernes, con los vaqueros –a veces de colores, mon Dieu—, la camisa
cuidadamente informal con el primer botón desabrochado, los mocasines y la
chaqueta de sport.
¿Por qué este
absurdo? ¿Nos relajamos al acercarnos al asueto del sábado? ¿Es que queremos
estar cómodos y parecernos un poco más a la persona que supuestamente somos
fuera del trabajo al menos una vez a la semana? Está claro que el casual friday
trata de ser una forma de rebelión. Pero… ¿si no existe un código de vestimenta
explícito que respetar, por qué todos respetamos una excepción a esa forma de
vestir que, mucho me temo, adolece de la misma falta de autenticidad? Pienso en
que esta modesta sedición la debió de encabezar alguien… Supongo que sería algún
jefe que quería enrollarse, o a lo mejor es que se iba directamente a jugar al
golf después de la última reunión del viernes.
No tengo
respuestas, pero me quedo con una reflexión sobre la necesidad del ser humano
de ajustarse a su entorno, de mimetizarse, de hacer lo que hace el del cubículo
de al lado, de perderse en la masa de oficinistas que, sin que nadie sepa muy
bien qué demonios hacen todos los días bajo la luz atroz de los fluorescentes,
contribuyen a que el mundo siga girando.
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There are many intriguing aspects of office life. Casual
Friday, for example, is an interesting one. If there is anyone unfamiliar with
the term I’ll explain it briefly: casual Fridays or dress-down Fridays refer to
the non-written yet generally respected rule that consists on coming to work
all week dressed in a suit and get to Friday dying to break free and dress
informally. As if we were Dr. Jekyll and Mr. Hyde, us office workers go on this
menial transgression encouraged by the joyfulness of feeling the weekend near.
This interesting phenomenon is in any case more pronounced among
men. Monday through Friday male members of the office worker human subgroup go
to their natural ecosystem of cubicles and never-ending conference calls
dressed with their suit and tie uniform. On Friday, with jeans –even colored
ones, mon Dieu--, carefully informal shirt with the first button undone,
loafers and sports jacket.
Why this absurd behavior? Do we relax as Saturday leisure
gets closer? Do we want to be more comfortable and look a little more like the people
we supposedly are outside of work at least once a week? It is clear to me that
casual Friday tries to be a form of uprising. But… if there is not an explicit
dress code to follow, why do we all follow an exception to such code that, I am
afraid, lacks the same authenticity? I reckon that this modest rebellion must
have been led by someone… Probably some big boss that wanted to be cool, or
perhaps he just wanted to go play golf right after his last Friday meeting.
I don’t have answers, but I am left
pondering human beings’ need to conform, to blend into the environment, to do
whatever the guy in the next cubicle does, to lose oneself in the mass of
office workers who, although nobody really understands what the heck we do
everyday under the atrocious light of the fluorescent lights, help the world
keep going round.
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