Hoy, 21 de
septiembre, es el Día Internacional del Alzheimer (¿del, contra el?). En realidad
no importa la efeméride; el olvido y la memoria son cosas de todos los días.
Ahora que la ciencia nos ofrece un horizonte de vida dilatado vemos con
demasiada frecuencia –y lo que te rondaré morena— casos y cosas sobre personas
que se olvidan del mundo y de sí, los recuerdos deshaciéndose en sus dedos al
pasar las páginas de lo vivido.
Hoy pienso en la
fatalidad de perderlo todo, hasta a uno mismo. Pero también pienso en la
belleza brutal de ese volver, paso a paso, al momento primero en el que no
había nada. Pienso en la intensidad de ser todo alma, despojados de la mente y
la conciencia del cuerpo. Lo que queda tras el pertinaz proceso de desarticulación
que lleva a cabo el Alzheimer debe ser la esencia pura de lo que somos en
última instancia, eso que no cambia y que es el yo íntimo.
Pero sobre todo
pienso en la abuela Pepa. Grande y mítica y ahora pequeña y huera. Y me acuerdo
de tantos días de verano, iguales a sí mismos en mi memoria de aquellos días
felices de la infancia. Pienso en cuando intentaba abrir la puerta desvencijada
de madera y no podía dar con la manera de vencer el pestillo. Ella sonreía viniendo
hacia mí: “quita, que la abuela sabe…” Ya no se acuerda de nada de esto. Pero yo
sé que la abuela todavía sabe.
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Today, September 21, is World Alzheimer’s Day. It really doesn’t
matter; oblivion and memory are everyday matters. Now that science offers prospects
of extended lifespan we see all too often –and we will see even more in coming years—
cases of people who forget it all, their memories slipping through their fingers
as they pass the pages of their lives.
Today I think of the misfortune of losing it all, even oneself.
But I also think of the brutal beauty of going back, step by step, to the primal
moment when there was nothing. I think of the intensity of being just soul, stripped
of mind and the conscience of having a body. What is left after the obstinate dismantling
Alzheimer’s does must be the pure essence that ultimately we are, that which never
changes and is our intimate being.
But I mostly think of grandma Pepa –big and mythical now small
and empty. And I remember so many summer days, identical to each other in my memory
of those happy days of childhood. I think of the times I would try to open the rickety
wooden door and couldn’t figure out how to undo the latch. She would smile and come
to me saying: “let me, grandma knows…” She doesn’t remember any of this. But I know
that grandma still knows.